Rodrigo Llanes Salazar

No escribo estas palabras para convencer. Si estás en contra del matrimonio igualitario es poco probable que vayas a cambiar de opinión. Si estás a favor, seguramente no encontrarás nada nuevo que agregar a tus valores y convicciones.

Escribo con otra intención. Escribo para intentar entender el movimiento social que se declara por la familia, #endefensa de la familia, pero que en realidad está en contra de las familias.

Sí, dije movimiento social, aunque generalmente solemos asociar esta idea con causas «de izquierda», no «de derecha»; con razones «progresistas», no con las «conservadoras». Pero lo cierto es que existen numerosos e importantes movimientos sociales conservadores, como el que está en contra del aborto y que se presenta «a favor de la vida». El movimiento en contra de las familias es otro caso de un movimiento social conservador que para presentarse públicamente invierte el orden de las cosas. Y tal vez sus intenciones sean nobles, pero las inversiones que hacen son perversas.

Quisiera recordar aquí el libro Psicología de los movimientos sociales, publicado por Hadley Cantril en 1941. Se trata de una obra que tuvo una influencia importante en el estudio de los movimientos sociales y que, precisamente, analizó movimientos que la mayoría de la población condena hoy, tales como el nacionalsocialismo y el Klu Klux Klan. ¿Cómo explicó Cantril estos movimientos?

Cantril se interesó principalmente en las creencias y opiniones de las personas. Cuando las creencias y opiniones se ven amenazadas por preocupaciones, miedos, ansiedades y frustraciones; cuando la realidad atraviesa profundos cambios y enfrenta crisis; cuando las creencias y opiniones, los valores y supuestos aprendidos desde la infancia ya no corresponden -o se corresponden menos- con la realidad cambiante y en crisis, los individuos son más susceptibles de formar parte de un movimiento social. Es una forma de encontrar sentido en un mundo que parece ya no tener sentido.

Y ciertamente la familia y el matrimonio están sufriendo cambios muy profundos. Pero, como ha observado acertadamente la historiadora Stephanie Coontz, estos cambios no se deben única -ni principalmente- al matrimonio igualitario.

Como instituciones, la familia y el matrimonio han atravesado numerosos cambios a lo largo de la historia. No nos detendremos en ellos. Basta mencionar algunos de los fenómenos recientes que han sacudido a la familia y al matrimonio como los que convencionalmente aparecen en el dibujo de los niños (un papá vestido de azul, la mamá de rosado, los pequeños hijos, acompañados de un perro con una casa de techo triangular y un árbol de tronco café y hojas bien redondas y verdes). El matrimonio ya no es, sostiene Coontz, la forma principal en la que las sociedades regulan la sexualidad, el parentesco y la división del trabajo entre hombres y mujeres.

«Los opositores al matrimonio gay -escribe Coontz- argumentan que esta tendencia conducirá a la destrucción del matrimonio tradicional. Pero, para bien o para mal, el matrimonio tradicional ya ha sido destruido, y el proceso comenzó incluso mucho antes de que alguien soñara con legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo».

Así, la «revolución» del divorcio -el aumento en la tasa de divorcios en la segunda mitad del siglo XX-, la cohabitación, las parejas casadas que deciden no tener hijos, la entrada de las mujeres al mundo laboral, las mujeres solteras -y hombres solteros también- que deciden tener hijos solas, el aumento generalizado de la edad para casarse, las parejas que tienen relaciones sexuales antes de casarse, todo esto ha transformado, revolucionado, a la familia y al matrimonio. La realidad sociológica y antropológica de la familia, de las familias, en Mérida, Yucatán, México, América Latina y todo el mundo, es sumamente diversa (muchos estudios dan cuenta de esto, aquí refiero a una colección de estudios de casos compilada por David Robichaux, Familia y diversidad en América Latina: estudios de casos).

El matrimonio igualitario y el derecho a adopción entre personas del mismo sexo es sólo un elemento más en el proceso revolucionario de transformación de la familia y el matrimonio. Es un mundo al que ya no corresponden las ideas del Frente Nacional por la Familia, Unión por la Familia, entre muchas otras organizaciones similares. Y sí, resulta comprensible -aunque no justificable– que ante este mundo cambiante y en crisis sientan incertidumbre. Pero sus miedos no pueden ir en contra de la diversidad, ni mucho menos  en contra de los derechos de los otros.

Para defender sus prejuicios y sus miedos, el movimiento en contra de las familias invierte la realidad, busca ajustarla a sus temores e incertidumbres. ¿Cómo llevan a cabo esta inversión?

Ellas, ellos, teniendo una orientación sexual históricamente privilegiada -la heterosexual-, se presentan ahora como víctimas: víctimas de la «violación» a su libertad de expresión -a pesar de que no se les haya censurado, sólo criticado. Quieren criticar a los que no son como ellos, pero ser inmunes a la crítica de los otros.

De ser privilegiados e intolerantes a la diversidad, se convierten en «víctimas» de la «intolerancia» de los no heterosexuales y sus aliados.

A las personas no heterosexuales -a lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, transexuales, intersexuales, queer-, que históricamente han sido y siguen siendo marginales, lxs presentan como una élite poderosa, que exitosamente ha cabildeado con diversas instancias para imponer su «totalitarismo ideológico»: la «ideología de género».

Como no toleran la diversidad, ni la sexual ni la de pensamiento, reducen toda la amplia gama de epistemologías, teorías, metodologías, perspectivas y enfoques de género en un solo fantasma: la «ideología de género» (y así meten en un mismo saco a autoras tan distintas como Simone de Beauvoir, Marta Lamas y Judith Butler).

En tanto que se creen víctimas, ocupan más tiempo en defenderse que en argumentar racionalmente y sustentar empíricamente sus prejuicios. Así, buscan a toda costa probar la existencia del fantasma de la ideología de género.

Convierten en verdad absoluta, en «verdadera libertad», en el lema de su causa, hechos que el movimiento LGBT+ no está cuestionando, como «todos nacemos de un hombre y una mujer».

Convierten sus mentiras en verdades y las verdades en mentiras. Pregonan que debido a la reforma propuesta por el presidente de la república perderán el derecho a educar a sus hijos. Con ello mienten, y aunque fuera verdad, la educación de los hijos no se reduce a la escuela (a menos que realmente renuncien a educar a sus hijos en sus casas).

Inventan peligros para asustar a la gente, como su recurrente idea de que si se aprueba la reforma habrán hombres vestidos de mujeres en los baños de mujeres amenazando la integridad de las niñas -de paso, con esto expresan abiertamente su homofobia: presuponen que los transgénero son mentirosos, acosadores y violadores. En cambio, ignoran los peligros reales, como los curas pederastas -les agradecería mucho que organicen una marcha en contra de este problema real.

Marchan en contra de las familias: las ignoran, las niegan, las repudian, diciendo que marchan en defensa de la familia.

Y una de las mayores inversiones: quieren justificar con la biología un problema que está en el orden de la cultura: la libertad de los seres humanos de decidir las formas de convivencia que les permitan caminar erguidos, con la cabeza en alto, con auténtica dignidad.

En un mundo que cambia a toda prisa, realizan una marcha para dar marcha atrás en la historia.

@RodLlanes